jueves, 24 de marzo de 2011

Víctor M. Torres

No es nada nuevo que me gusta escribir sobre músicos y música, pero no sobre la música que hacen los músicos, no consigo hacerlo bien y, además, eso ya lo hacen las otras personitas que entienden mucho más que yo de música y saben adornar un texto con florituras musicales, a diferencia mía, que tan sólo me salen adulaciones hacia las composiciones de los temas de los artistas y, quizás, quede poco objetivo.

Víctor.

Víctor es rock. Su música, rock. Su Epiphone roja, (lo más) rock (de por aquí). Su actitud, rock. Su forma de vestir, rock. Su forma de fumar y beber, rock. Su forma de hablar, rock. Víctor es Rock and Roll.

¿Lo mejor de él? Su forma de transmitir con la música (o sin ella), lo fácil que lo hace para que los demás cojan confianza en él y en sí mismos con tan sólo decir un par de frases. Su capacidad para hacer reír con sus comentarios esporádicos; la cercanía con aquellos que admiran sus prodigiosas manos y su cabecita (loca o no) a la hora de componer aquellos temas que tanto nos enganchan.

Víctor, visto desde fuera, puede parecer el típico chico chulo, creído y ególatra con esos andares, esa forma de moverse y expresarse. Tres palabras son necesarias, sólo tres, para darse cuenta de que no es como parece a primera vista, sino lo contrario. Es un chico con los pies en el suelo pese a tener 2.955 amigos en el Facebook, llenar las salas a las que va y estar a punto de sacar su segundo disco, cosa que podría llevarle a creerse un ser con mayor importancia que los demás tan sólo por hacer música. Víctor defiende que los músicos no han de ser puestos en un nivel superior al de cualquier otro humano; ese nivel que tanto se nombre y al que se hace referencia por ahí es inexistente, antes que músicos, son humanos. Unos más conocidos, otros menos, pero igual de importantes y relevantes en la sociedad.

No es fácil estar siempre de cara al público. Tienen que saber comportarse siempre, no quitar la sonrisa, soportar comentarios inoportunos y, aun así, mantener la postura y responder a aquellas críticas con educación, sin bajar al nivel de aquél que formula. No pueden permitirse el lujo de tener un día. Están obligados a vivir siempre al pie del cañón.

Hace mucho, mucho tiempo, existía un país llamado Pentagrama, donde gobernaba el rey Clave de Sol junto a su esposa, la reina Clave de Fa. Por Pentagrama pululaban todos los días acordes, riendo y haciendo ruido allá por donde pasaban; las notas bailaban con los silencios; las melodías invadían cualquier espacio vacío de sonido (Clave de Sol padecía Horror Vacui y no se podían permitir los espacios sordos). Allí todos eran felices, nunca había problemas entre clases sociales y especies, ¡hasta los sostenidos y los bemoles caminaban de la mano por la misma línea!

Un día, Pentagrama comenzó a enfermar. El país, antes feliz, alegre, vivo y lleno de color, se tornó oscuro. Los acordes dejaron de sonar; las notas se encerraron en sus casas, ya no podían bailar. Las disputas entre sostenidos y bemoles comenzaron, discutían continuamente, ya no cabía la opción de pasear por el mismo camino, no sonaba bonito. Todos prefirieron emigrar a otros países, no querían a un rey enfermo, todos excepto uno. Él se llamaba V y se resistía a abandonar Pentagrama, aunque apenas le quedaban fuerzas para continuar. Había perdido muchas cosas, pero no le podía hacer eso a Clave de Sol, así que trató de ayudarle a revivir Pentagrama, sin solución. Los intentos fueron en vano. Aguantó a su lado un tiempo, había pasado muchas noches en vela en ese Pentagrama ahora vacío de notas, pero tan lleno de sentimientos, de sacrificios, de saltos de una línea a otra, eran muchas cosas para tomar el camino fácil de marcharse. Cada día iba a visitarla, pero Clave de Sol se debilitaba. V ya no sabía qué hacer. Visitó otros países tratando de hallar la solución, intentó olvidar a Clave de Sol. Estuvo en Le Pentagrame, en Il Pentagrami, incluso vivió un tiempo en The Pentagrama, pero su corazón lloraba por Clave de Sol, y su cabeza noche tras noches le obligaba a preguntarse cómo estaría su rey, ahora sólo, moriría sólo, y esto V no podía permitirlo. Si Clave de Sol moría, Pentagrama caía, la música desaparecía con ellos, y eso tenía que ser evitado.

A su regreso se encontró con un par de notas y V no dudó en hablar con ellas y pedirles ayuda para salvar Pentagrama, en aliviar a su rey de esa enfermedad que estaba acabando con su vida. Ellas decidieron apostar y apoyar a V, tampoco ellas podían permitir que un lugar como Pentagrama tuviese sus días contados.

V, a su vuelta a casa, estaba algo pesimista, había dejado a Clave de Sol muy enfermo cuando él se marchó de ahí, y temía lo que pudiese encontrar. Sin embargo, las notas que le acompañaban le trataban de animar y le aseguraban que todo saldría bien, pero V no tenía todas consigo.

La luna esa noche asomaba tímida en Pentagrama. Fueron unas horas muy duras, ya que V tenía que enseñar sus composiciones a sus fieles notas, tenía que decirles el lugar que tenían que ocupar en Pentagrama para salvar a su buen amigo Clave de Sol. Poco a poco se situaron cada una donde le correspondía, y con sus acordes, sus sentimientos, su complicidad y su humildad, consiguieron que Clave de Sol reinara por y para siempre en Pentagrama.

La música no podía morir…

Víctor M. Torres salvó la música, nos salvó el Alma.

Gracias por componer nuestra vida.



1 comentario:

Natalia dijo...

A ver si escucho algo de este chico que todavía no lo he puesto. Tengo muchas cosas de las que te gustan pendientes, pero no tengo tiempo de nada, y encima ahora tengo el ordenador escacharrado. Ay de mi :( sniffsniff

¿Vas a Salamanca al final?

Besos, besos!

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