martes, 15 de marzo de 2011

La historia de la púa perdida

4 de diciembre. Jorge Marazu, junto a Juanmi Santiago y Basilio Martí, da un magnífico concierto en Siroco.
La púa utilizada en tal evento, como bien me prometió, termina en mi bolsillo, para colocarla al llegar a casa junto a las demás púas conseguidas en conciertos :)

24 de enero (coincide con el cumpleaños del anteriormente nombrado). Andrea (léase, yo) decide tocar con su púa una vez más, ya que las púas Jim Dunlop, de Nylon de 60 mm son perfectas para rascar las cuerdas. Su sobrina entra en su habitación, se detiene a escucharla tocar.

Me descuelgo de la guitarra, dejo la púa tirada en la mesa.

23:30 aprox. del mismo día. Andrea se dispone a guardar sus utensilios musicales. Guitarra, a la funda. Afinador, a la caja. Cejilla, a su urna de cristal. Partituras, a su carpeta. Púa… ¿púa? ¿Dónde está la púa? Plin. Desapareció.
Andrea cae en una depresión absoluta. Ha perdido LA púa. La púa de la vuelta a los escenarios de Jorge Marazu. Y se enfada con ella misma por ser tan desordenada y descuidada. Busca, rebusca; mueve, remueve. No queda objeto en la mesa, la púa no aparece. Debajo de la cama tampoco está. Ni en la caja de resonancia de la guitarra. Tampoco aparece por la funda. No está en la bolsita de púas. Simplemente, desapareció.

Andrea tiene una sobrina. Una sobrina cleptómana. La misma sobrina que horas atrás estuvo mirándola tocar. Todas las culpas apuntaban hacia ella. En casa todos opinábamos que era ella quien la tenía.

Casi dos meses después, otra de las sobrinas de Andrea coge uno de sus eddings negros que usa para colorear los dibujos; ella decide colorear una de las púas de su tía. Andrea, con un nudo en la garganta, se cerciora de que no es ninguna de las púas conseguidas en los conciertos (a priori, creyó que podría ser la púa de Jorge Marazu, que hubiese sido devuelta a su hogar para ser garabateada por una niña de tres añitos).

Pasan un par de días. Andrea se sienta en su mesa, ve una púa de Jim Dunlop, de Nylon de 60 mm. En un principio piensa que se dejó la púa de David Negrín (Perro Flaco) fuera de la bolsa, con la que había estado tocando la noche anterior. Agarra su guitarra blanca. Mientras está cogiéndola por el mástil, vuelve la vista hacia la mesa con una sonrisa dibujada en la cara.


Sabe que ésa es la púa de Jorge Marazu que tanto había echado de menos.

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