martes, 1 de noviembre de 2011

Sol de invierno

Es difícil escribir lo que se recuerda con el alma, lo que se siente el roce de su cuerpo junto al tuyo, lo que se clava a fuego en tus labios. No es fácil escribir con lo que bombea tu sangre.

Es bonito pensar en él y sonreir, sin sentir pena o añoranza.

Conseguir lo que para ti era inalcanzable, rozar con la yema de tus dedos tu deseo, posicionarte en el cielo del placer sin tormentas.

Sentir sus virtuosos dedos por tu espalda, recorriéndola entera. Sentir su espalda con tus dedos, su piel bañada con los rayos del Sol de su omoplato. Encogerte con el tacto de sus extremidades superiores en tus pechos. Ruborizarte cuando su lengua recorre tu pierna. Mirar sin pestañear sus diminutos ojos verdes.

Recordar el recorrido de sus dedos juguetones por tus piernas, por tus brazos, por tu cuello, por tu cara. Querer seguir acariciando sus ojos, su nariz, su pecho desnudo, su ombligo. Subir a su boca y que te muerda el dedo y sus labios besen tu brazo.
Que suba su cuerpo un poquito, y lo gire 45º mientras tus dedos siguen jugando con su cara. Que te mire en la oscuridad de la noche. Que te bese lentamente.

Sonreir cuando juega con tu ombligo, cuando su mano escala. Cuando te quita la camiseta y te besa con dulzura mientras asoma una media sonrisa. Quererle de su mano entrelazada a la tuya.

Sentirle dentro de ti, dándole la espalda desnuda al suelo de la habitación. Beber de él, dejarse llevar por él y el vaivén de su cadera.


No separar tu cuerpo del suyo, ni el suyo del tuyo. Ser uno.

Él.

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