martes, 12 de octubre de 2010

David Negrín

Me apasionan sus conciertos. Su música en directo. Escuchar esos rasgueos tan íntimos, porque el sonido de unos dedos deslizándose por cuerdas de cobre para cambiar de acorde es lo más maravilloso del mundo. El sentir las notas fluir por el ambiente, introduciéndose en mis oídos como gotas de agua en la ducha. Acariciar con la mirada cada posición de la mano izquierda posada en los trastes de su Takamine y desear tener memoria fotográfica para reproducir los movimientos exactos en mi casa.

Me encanta salir a tomar el aire y que, segundos después, la puerta se abra y salga él. Que su mirada y su cuerpo sigan el camino que mis pies y mis ojos hicieron un momento antes. Su sonrisa vuele hacía mi vista y, mi boca, instintiva e irremediablemente, estire sus comisuras hacia arriba. Sentir su cara cerca. Atender a sus clases magistrales de posiciones correctas, de “como un La, pero el corazón atrasado. Éste dedo posicionado un traste atrás, ¿comprendes?”. Comparar la longitud de nuestros dedos y descubrir que ambas manos son pequeñitas, ¡normal que me cuesten los acordes con cejilla! Quedarme anonadada con la velocidad adquirida por la práctica a la hora de liar cigarrillos (ni 20 segundos). Que me explique detalladamente cómo hacerlo. Y que me enseñe como tiene todo organizado (cómo tiene las papelas pegadas al paquete de tabaco, cómo el cartón está destrozado, y cómo todo te entra en el bolsillo trasero del pantalón y puedes sentarte sin estrujarlo todo).

Me gusta que salga, entre, venga, yo diga que salgo y él diga que no le dé la espalda. Que pose infinitas veces a mi lado. Que me intente enseñar la noche de Madrid. Decirle que en el próximo bolo me guarde una púa y que acto seguido busque por sus bolsillos y tienda su mano hacia mí ofreciéndome aquella con la que ha tocado “En mi casa hace sol” con Vikxie. Que me dé de beber de su Mahou mientras caminamos por la oscura noche madrileña. Preguntarle por “Mojo Picón” y que me mire con cara de niño bueno. Cantarle la canción y ver como sonríe. Descubrir que él sí que ve Mujeres y Hombres y Viceversa a raíz de dicha conversación.

Me vuelve loca el sonido de su guitarra. La profundidad de sus letras. Su carisma. Su simpatía. Su forma de hablar. Su acento canarión. Sus manos. Sus pantalones pitillo de colores.

Señor David Negrín, me declaro su fan número uno. Prometo serle fiel el resto de mi vida. Asistir a cuantos conciertos pueda, y si hay que ir a mil kilómetros de Madrid porque usted asegura que será un concierto único e irrepetible, voy. Con la mano en el pecho afirmo que jamás olvidaré lo que su música aporta en mí día a día. Con la cabeza bien alta comunico que la primera vez que escuché “Recuerdos”, lágrimas resbalaron por mis mejillas y declaro, que me lleve el Diablo si miento, que no es fácil hacerme llorar con una canción.

Esta noche me gustaría agradecerle por todo.
Gracias por hacer música.
Gracias por mostrarme su arte. Y enseñarme que el arte es algo cercano a lo que se puede llegar con esfuerzo, mucho esfuerzo, pero que es una profesión real.
Gracias por dar todo en cada concierto.
Gracias sonreír pacientemente.
Gracias por ser tan guapo.
Gracias por ser usted mismo.
Gracias por sacarme sentimientos que creía abandonados con sus canciones.
Gracias por su esfuerzo.
Gracias por el resultado de su trabajo.
Gracias por dejarme apoyarle.
Gracias por tratar al público como si fuéramos los mejores.
Gracias por su dedicación para hacer disfrutar a otros.
Gracias por dejarme soñar.
Gracias por cada gesto amable.
Gracias por ser artista.
Gracias por todo lo que usted aporta a mi vida.
Gracias por ser Rock and Roll.

… y sí, se le ha de trata de Usted, porque es un Señor de la cabeza a los pies.

1 comentario:

Unknown dijo...

Wii! el tablón que tienes en tuentii!
Bonito Bonito :)

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