Estúpida de mi

Llegados a este punto, ya no sé lo que quiero y lo que no. Joder, es que me siento tan, tan, tan absurda al analizar cuidadosamente cada uno de los pensamientos que deambulan por mi cabeza. ¡Qué fácil sería ordenar a las neuronas y a los neurotransmisores que dejen de mandarse descargas eléctricas! Pero, sí, creo que en verdad me gusta sentir y comerme la cabeza innecesariamente. Adoro esbozar sonrisas al recordar determinados puntos de mis últimos días, aquella primera vez contigo, en la que decidiste hacerlo. Sentirme niña. Me encanta darle al Play y que el sonido fluya por el cable de los auriculares desde mi móvil hasta mi tímpano y, poco a poco, te metas en mi y ya no dejarte escapar pero, joder, las cosas buenas siempre se acaban y en la pantalla me aparece un enorme Stop que me pregunta si quiero volver a escuchar esa misma lista de reproducción. ¿Eres tonto? ¿Cómo me lo preguntas todavía? La respuesta es afirmativa. Una y otra vez. Todo el rato. No quiero que salgas de mi pero, una vez más, el puto Stop en la pantalla. ¡Anda y que te den por culo! Alguna vez seré yo quien gane y durarás dentro de mi cuanto yo quiera.

Y volvemos a lo mismo, ¿quiero o no quiero? O, lo que es mejor, ¿debo o no debo? Ponerlo en duda supone que, aunque uno no quiera aceptarlo, está mal. Cuando sabes que algo que quieres hacer no conlleva consecuencias negativas, no hay cavidad para la duda. Entonces, ¿está mal lo que me apetece? Supongo que si pero, ¿sabéis lo que os digo? ¡Me la suda! Me la suda absolutamente todo, si puedo, me pienso dejar llevar y aprovecharte al máximo, sé que si no lo hago me arrepentiré siempre y, ¡qué coño! Quiero hacerlo, y no hay más que hablar.

Pero, retornemos al inicio de todo. ¿Por qué? Has llegado de repente y te empeñas en golpear fuertemente la puerta para entrar. Pídeme permiso, ¿no? Que, de todas formas, te voy a dejar entrar, pero no podemos dejar nunca la educación aparte, cariño.